1.20.2015

ESTO

No afirmaría que mi postura frente a la realidad sea la más correcta.
Creo sinceramente que las profesiones más ortodoxas como la de médico o abogado, son de suma importancia práctica para la vida, inalienables para la sociedad e intrínsecamente necesarias, benéficas y loables.
Considero que mis menesteres no ayudarán jamás al crecimiento económico de mi país, no creara respiros arancelarios, no gestara mayor fluctuación en el comercio internacional, no creara leyes humanitarias, teorías matemáticas ni avances médicos contra las enfermedades o supondrá un cambio en la hambruna mundial, el analfabetismo o la falta de interés en la cultura.
Mi profesión sin embargo y si lo permite el receptor, te llenara los ojos de lágrimas, la garganta de nudos. El corazón se ensanchará hasta que duela el pecho, el alma querrá salirse del cuerpo, la sonrisa se alargará tanto en espacio como en tiempo y la mente se despejará de nubes grises para lograr divisar a una neverland en la que trabajo desde que tengo uso de imaginación.
A lo que yo me dedico no supondrá ningún cambio práctico-necesario a la sociedad acelerada y atormentada contemporánea o futura.
Lo que sí, es que esta profesión mía, a lo que me dedico, lo que yo hago, para lo que nací romperá el espacio, regresara el tiempo, obviara las quincenas, aniquilara las preocupaciones, traumas y problemas, inflara la nubes, coloreara el amanecer y te encontrarás delante de mis pinturas siendo un chamaco, un niño con corona de papel, una niña con una tiara de aire. Un niño si, tan lleno de problemas como todos los niños. Un niño con esos problemas que todos añoramos volver a tener.

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