Ellos dicen que es mi sonrisa y yo que son mis ojos en juego con el esfuerzo de fingir la mueca, vivo diez horas sumido en pensamientos catatónicos acerca de la facilidad de la vida, aburriéndome tremendamente ante la cantidad infinita de las alternativas. Paso... del resto... aunque suene a discurso de quinceañero hormonal, quizá si sigo repitiendo lo que siento, a los ochenta se darán cuenta de que es verdad. Siento asco, pero al venir de mis amigos, trato de disimular pero se que se nota el cambio de mi expresión por un tempano glaciar, cuando empiezan a hablar con tanta naturalidad de la puta infidelidad. ¿Qué no les basta? Lo siento señores, ya vi su espectáculo y un solo show me fue mas que suficiente para sentir hasta nauseas con solo pensarlo. Y si a mis veinticinco sigo con el cuento aquel de hacer lo que quieres, aunque entre los cuentos y las palabras bellas se mezclan la palabra seguridad social tercermundista y enfermedades ineludibles al torbellino, vaya martirio. Con el mismo cantico del amor verdadero, de pasear juntos aunque se caiga hasta el sendero ya sabes, lo del café con leche y el mío americano por las mañanas, el beso de despedida, los buenos días y el esperar volver a casa para vernos y hacernos el amor como dos chiquillos, vaya lío; si hoy no soporto ni quince minutos con mis amigas sin estar borracho, menos una hora en la cama con alguna desconocida sin estar casi vomitando. Para colmo deje los vicios, como quien deja alguna prenda vieja sin valor, busco algún motivo para seguir comportándome como una persona normal pero últimamente me llega tantas veces a la cabeza eso del trotamundos y el vagabundear que casi es un milagro seguir pagando renta sin rechistar, creo que alguna especie de defensa para no abandonar aquellos planes de vivir del arte pero he llegado a pensar que lo que menos quiero es vender mi única libertad a un puñado de ricos que pagaran por pensar que soy la nueva moda en su esfera social.
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