11.14.2011

LAS PAREDES NO OYEN TODO.


Ella es flaca, de rasgos toscos, ojos verdes, boca delgada y voz de tono grave. Lo que muchos llamarían poco atractiva. Sin embargo, él la veía con interés, con deseo efervescente, había algo en ella, en el dejo de su voz, la línea de sus palabras que le seducía.
Su mujer, le pensaba como todas las mujeres a las que alguna otra le roba besos, caricias y secretos a su pareja; le pensaba demasiado suyo, demasiado seguro, algo por lo que no había que competir o preocuparse. De cabello negro intenso y sedoso como si hubiese sido fabricado ayer, de piernas largas y esbeltas, curvas exactas escasamente moderadas y una boca jugosa, la mujer trofeo que todo hombre desea, ¿porque habría de preocuparse por él? Le tenía seguro.

La cita fue en horario laboral, el había pedido el día sin que su mujer lo supiese. El lugar, un motel barato del centro, no había necesidad de gastar en lujos o conquistas. A ella, él le parecía de lo más interesante, un joven de buen cuerpo, con un futuro laboral prometedor aunque desperdiciado, pero el dinero no era lo que le interesaba. Lo que prendía el fuego era la mirada de él, la forma en que escuchaba, en que hablaba, la forma en que le acariciaba el cabello cuando coqueteaban y la manera de tocarla, esa manera tan personal, tan preocupada por el placer de ella y abandonado del propio. Encima, el no era nada feo y de verdad esto no había pasado por iniciativa suya, si por culpa compartida, mas no por motivación de su parte. Ella lo había buscado.


Cada semana había una pelea en casa con su pareja, palabras despectivas y caprichos inentendibles. Amigos de trato dudoso y palabras ameladas, despreocupación por su estado anímico, desinterés por su vida fuera de casa.
Y ella estaba ahí para escucharlo, de la misma manera que él lo hacía. Las platicas por teléfono fueron convirtiéndose en cafés para charlar de manera más intima, citas al cine cuando su mujer estaba muy ocupada en asuntos de mayor interés, besos ocasionales, sexo por alcohol, amor por necesidad.

La noche era acalorada, los mosquitos rondaban en cada esquina donde algún charco de agua estancada descansaba con las estrellas reflejadas en su tranquilidad. Unos zapatos viejos rompían con el silencio, acompañados del golpeteo de unos tacones de aguja exageradamente altos. El edificio se erguía enfrente cual giralda llena de secretos pasionales y placer comprado, ellos entraron como quien visita un museo.

Primero los abrigos cayeron al tocador, un whisky barato se vertía sobre un vaso old fashion con tres hielos y un coctelero con soda. La radio tocaba canciones lentas y románticas de los artistas de moda. Los besos tímidos no se hicieron esperar, una mordida al labio inferior de él rompió el hielo. Ella boca arriba, sin tacones y con un vestido negro, con las piernas flacas y trigueñas enredadas entre la mezclilla del pantalón de él, mientras los delgados dedos de ella desabotonaba su camisa blanca, sus uñas carmesí se enredaban entre el vello de su pecho. El sudor y el perfume comenzaban a fundirse, la ropa desaparecía de la escena, los movimientos empezaban a hacerse más toscos. La espala de ella se encorvaba de manera espasmódica mientras el paseaba entre sus piernas, jugando con su sexo, cubriendo la culpa con el placer, enseñando la cátedra que habría aprendido tras años de desenfreno y que no dejaban enseñar en casa. Los besos empezaban a escasear y las mordidas y exhalaciones aumentaban, pequeños gritos de placer arrancados por algún movimiento sorpresa, por alguna jugada repetida y realizada mecánicamente, sus cinturas bailaban al compas de la música que había entre ellos, la radio había desaparecido, su mujer había desaparecido, el universo no existía, solo eran ellos. Solo eran ellos cuando el sin darse cuenta, bañado en sudor, extasiado al límite, con los músculos de los brazos tensos, le dijo al oído te amo. Yo también amor, fue la respuesta que sello todo.

Su mujer jamás supo la causa del divorcio, jamás se entero de los engaños, quizá recíprocos, quizá no, jamás entendió la causa, el solo dijo adiós y sus abogados arreglaron todo.

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