5.13.2010

DIARIO DE UNA SOLEDAD CRÓNICA 1.

Sonrió desde el balcón de la ventana. Era morena, de ojos verdes claro, no de ese verde empalagoso, no, un verde difuso, como con niebla, una levísima capa de humo que te permitía ver la belleza de la pupila, la niña y el iris pero, no los secretos del alma tras la ventana. Su piel bronceada, pero tenue, de ese bronceado perfecto, del color que toma el café cuando lo mezclas con Baileys, se te antojaba bebértela entera. Delgada, fina como un buen trazo del mejor pintor, tenue como una sombra a punto de ser carcomida por la luz. Su rostro dibujaba un aire inocente, su boca y su mirada se contraponían a esa afirmación, sus gestos exclamaban sus intenciones a gritos mudos.

-Hola. Dijo él, de la manera más dulce que su voz ronca le permitió.


-Hola. Contesto ella.


-No quiero molestarte pero, se te ha caído algo.


-No puede ser mío, a mi no se me ha caído nada.


-¿No? Pero yo vi claramente como se te caían unos siete besos de la boca cuando pase.


Ella se rio. Se rio con esas carcajadas que solo ofreces a alguien con el que estas a punto de emprender un viaje, una travesura, un vuelo.

1 comentario:

Maximiliano Galin dijo...

Que bellamente simple la historia, un relato que eriza la piel. Que buenos los ratos de vuelo en compañía, de un solitario crónico también.
Abrazo.

LIBRERO DE RAP DE CAFÉ

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