5.21.2010

DIARIO DE UNA SOLEDAD CRÓNICA 4.


Una serenidad no fingida. Una sonrisa fácil, tan blanca como el alma de Dios. El rostro, iluminado por una luz, que venía de no sé donde. Las mejillas rojas, coloreadas a mano. Ella, era guapa, pero solo eso. Su cara era bonita, mas no extraordinaria, no para los demás ojos pero, para los míos; ¡hay! para los míos, que estaban acostumbrados a las gracias de las mujeres más guapas que un viajero puede imaginar, y eso, que los viajeros ven mujeres guapísimas, de rasgos inimaginablemente bellos, obras de algún famosísimo escultor divinamente diestro, pero solo eso. Ella, en cambio, era la magnus opus de un escritor barato, era la fiel imagen de la pasión a la escritura, tratando de retratar la belleza interior del mundo entero, ella era, como escrita para mí. De cabello castaño, piel blanca, nariz fina, labios delgados, chapeteada, ojos perfectamente normales, pero, aquí cabe mencionar que sus ojos, esos ojos tan extraordinariamente normales, tenían algo de especial para aquellos que saben ver, para aquellos que adiestran sus ojos en captar el momento y las mentiras, para aquellos que dejaron de ver el mundo como el mundo les dijo que lo vieran, y miraron dentro de su vestido para verlo totalmente desnudo.
Esos ojos tan normales para el resto de la gente, eran los ojos casi en extinción, de una ser transparente, uno de esos seres que te cuentan la vida entera en miradas, que no necesitan hablar para darse a conocer, de esos en los que en sus brazos, uno se siente tan seguro que podría vencer el cáncer, el sida, y la vida misma si jamás te dejara de abrazar.
Ella, era transparente, común para el mundo entero, tan especial para un viajero pobretón como yo. Así que, desde el primer instante que la observe, mi corazón derecho lo supo, ella era de esas personas que detienen el maldito tiempo, el mismo tiempo que no se detiene sino para burlarse de ti, saboreando la situación pero, que al encontrar a esa persona, el muy hijo de puta no le queda otra que frenar porque, no puede pasar por ahí, por mucho que lo intenta.
Y al ver el tiempo detenido, al viento estancado en las comisuras de sus labios, a las horas escurriendo por sus cabellos, a la eternidad sentada en sus pestañas, perdí la cabeza. Deje en la bolsa todas las frases que me quedaban para regalar y le dije, te amo.


-No tengo idea de que hagas, como te llames, donde vivas, pero, se exactamente quién eres, eres la razón de que mis pasos me hayan traído a este lugar en este preciso momento, cásate conmigo.

Ella corrió, bajo la cabeza, soltó una pequeñísima lágrima y echo a correr entre la gente; mis pies, no se movieron, no podía creerlo.

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